Los Unbekannte III

15,00

Autores: Julio Sivautt, Mateo Dieste, José Luis Pizzi, Alfredo Langa Herrero, Maximiliano Luis Freites y Nihm Smoboda
142 páginas
ISBN 978-631-91081-7-0

Se dice que no hay dos sin tres, y no hay más que ver este libro para darse cuenta…

Continuar leyendo

Se dice que no hay dos sin tres, y no hay más que ver este libro para darse cuenta de que esa afirmación es cierta. Un año más, una vuelta a la rueda después, los Unbekannte han vuelto a reunirse para ofrecernos cinco relatos ambientados en ese Berlín que no aparece en las guías y que pocos tienen la oportunidad de experimentar.

Izaskun Gracia Quintana

Julio Sivautt nació hace algunos años en la costa occidental del Río de la Plata. Su familia dice que fue el primer bebé en nacer con un libro bajo el brazo. Sin embargo, esa no es su única rareza: con apenas catorce meses de edad ya hacía relatos, a pesar de no saber aún leer ni escribir. A los tres años organizaba talleres literarios orales en una guardería de su barrio y a los seis armó su primer evento poético en su escuela (la primera que ya no lo querría algunos años después), que estaba justo frente a una famosa panadería alemana que le regalaba facturas de dulce de leche a cambio de versos. Dichos eventos, siempre con él como poeta-presentador, consistían en lecturas de poemas y otros textos, performances y música en vivo de niños y niñas de la ciudad, show poético que décadas después traería a Berlín en un formato similar pero a cambio de cervezas. A los nueve años perdió en su escuela la final del concurso de poesía improvisada con su poema sobre Dios intitulado “No existís”. A los doce, cansado de las turbulencias literarias, se dedicó plenamente al fútbol y a los amores. Incluso a los trece llegó a jugar, con gran éxito, de mediocampista por izquierda en las categorías infantiles del club más grande de su ciudad, de su país y quizás del mundo, aunque años más tarde, las letras y los romances podrían más.

José Luis Pizzi. “De chico yo quise ser Doctor o gran ingeniero, Pero yo me equivoqué Y aquí estoy de tintorero, Pero yo me equivoqué Y aquí estoy de (pistolero)”

Parafraseando a Palito Ortega, ese indescifrable cantautor argentino, él se equivocó en casi todo.

Su primer recuerdo, su primer deseo de futuro en realidad, fue ser cura o bombero y ya que está, astronauta. Ni piloto ni policía. Tan raro de chico como después, no hacía deportes y tomó el biberón a escondidas hasta los 7 años. Leía fotonovelas como “Nocturno” o “Contigo”, también en secreto. Su primer libro leí do fue “Corazón”, el segundo, “Las tumbas”, de Enrique Medina, sin transición, a lo bruto.

Se enamoraba todo el tiempo cual Felipe de Mafalda y su gran aliada fue la timidez, la que lo despojaba de cualquier compañía no deseada hasta entrada la adolescencia.

Los amores nunca se enteraron de ser tales. Fue un buen alumno. No tuvo otras opciones.

La vida le dio sorpresas, sorpresas le dio la vida, ay sí, sí, sí.

Y ahí está de pistolero.

Alfredo Langa Herrero nació de la estirpe de los Langa y los Herrero. Los primeros, aragoneses constructores de gigantes y cabezudos y hacedores de vino de buen beber y mejor resaca. Los Herrero, sevillano-sanluqueños de noble cuna, seguramente conversos, y con grandes dotes para la danza y la chanza. Alfredo nació en Sevilla y su característica anatomía, le hacían valedor de burlas por parte de hermanos y primo/as. Enorme testa, decían algunos, inmensa azotea, decían otros. La cuestión es que, al pasar de los años, sintió en Berlín gran regocijo cuando se vio identificado con la torre que llaman Fernsehturm. Con pocos años comenzó a dictar a su mamá cuentos de terror donde había muertos y criptas, y su mamá dejó de escribirlos en su flamante Olivetti, presa de pesadillas por el dichoso niño que prefería Poe a Edmondo de Amicis, al que encontraba insufriblemente ñoño. Disfrutaba con las leyendas de Bécquer y torturando con macabras canciones a su hermanito menor, el cual aún recuerda entre sudores aquellos días. De niño trató de jugar al futbol, pero extrañamente la pelota se transformaba en un horrible icosaedro, o dodecaedro o algo así, con ángulos que desafiaban a la gravedad. Por ello, conoció los mejores banquillos de su colegio y del barrio y trataba de proteger a su portero. Aún se cuenta, como leyenda urbana de patio de colegio, que una vez, tal vez por un rebote o un rechazo inintencionado, metió un gol, un único gol, en propia meta. También cuentan que una vez regaló una rosa.

Maximiliano Luis Freites aprendió a leer y escribir antes que a caminar. En el jardín de infantes La jirafa azul dictó un taller llamado Los inicios de la escritura ambidiestra para niños de tres a cinco años. Tradujo del inglés al español-cordobés el Ulises de James Joyce cuando apenas contaba cuatro años. Antes de ingresar a la escuela primaria, sin conocer Rayuela de Cortázar, llegó a la misma idea de realizar un texto novelado que tuviera al menos dos maneras distintas de ser leído. Promovió un nuevo estilo literario donde los sucesos discurren en escenarios prenatales: escroto, útero, trompas de Falopio, conductos, entre otros, y muchos personajes son espermas. Lo bautizó como literatura prenatal. Lo último que supimos de él es que era un Unbekannte.

Nihm Smoboda. Cuenta la leyenda que estuvo a punto de nacer en un taxi el día en que Blondie rompía la lista de éxitos con Heart of glass. Sólo por eso estaba destinado a una vida sobre ruedas.

Creció recorriendo España de punta a punta con un tío que pasaba cine por los pueblos y que tenía muy poca visión para los negocios. Apenas les llegaba para la gasolina.

Sus héroes fueron los mosqueteros de Alejandro Dumas porque resaltaban dos virtudes que nunca se deben olvidar: el honor y la amistad.

Años después se unió a la aventura literaria de los Unbekannte, cuyo tercer libro acaba de salir a la luz.


EnglishGermanSpainFrenchItaly